De vez en cuando es fantástico meterse en una librería y pasearse un rato por aquellas secciones que no son las temáticas habituales que uno tiene entre manos en el día a día. Cualquier persona con curiosidad (uno de los rasgos indiscutibles de la felicidad) descubre temas interesantes: sobre cocina, viajes, decoración, psicología, deportes, ciencia... Los temas son inabarcables, y además, todos ellos están interrelacionados, aunque no nos demos cuenta. La realidad es una, pero la troceamos en disciplinas para entenderla mejor, pero todo está unido, cosido, hilvanado...
Hace algunas semanas me tope con un libro que me llamó la atención y me lo leí de una sentada. Lleva por título:
Anécdotas de taxistas, y es de Diego López, que lleva más de 20 años al volante por las calles de Madrid.
Allí se dice: "El asiento trasero de un taxi es el escenario por el que desfilan todo tipo de personajes y donde suceden las historias más insospechadas. Cada vez que se baja la bandera se sube el telón y empieza el espectáculo: pasajeros que duermen como marmotas, famosos adivinos que se aparecen por toda la ciudad como visiones, machotes de cadena en pecho, ejecutivos agresivos y familiares aún más agresivos; urgencias que no son tales, partos inminentes y un sin fin de situaciones cada cual más surrealista que aseguran la carcajada".
En definitiva, la condición humana (a menudo menos conocida de lo que pensamos) retratada a través de un espejo del retrovisor, el diván del taxista. Os recomiendo leer el libro para pasar un buen rato, las risas son inevitables, a través de un total de 60 historias, todas ellas reales. Me quedo con ésta que lleva por título "Miedo a vivir". Y dice así:
«La mayor parte de las personas, a medida que envejecemos, sentimos como nuestros temores y recelos se multiplican. Como en toda materia, en ésta también hay extremos, y en una ocasión padecí los rigores de una clienta algo peculiar.
Serían en torno a las diez de la noche cuando recibí un aviso por la emisora para recoger a una clienta en su domicilio. Cuando llegué, llamé al portero automático para advertir que ya estaba allí. Me contestó la señora:
-
Sí, ahora mismo bajo, gracias.
A los dos minutos vi a una señora que salía del portal con un perro enorme. Como no entiendo mucho de canes, no me quedó claro si aquello era un dogo o un caballo. Entonces le dije:
-
Señora, tenía que haber advertido en la emisora que era para llevar a un perro tan grande. No creo que quepa en mi coche.
-
No, no -dijo la mujer-
no quiero que me lleve a ningún sitio. Verá le voy a pedir un favor.
-
Usted dirá -contesté esperando cualquier cosa que una ya sabe por dónde salta la liebre.
-
Mire, es que mi marido, que es quien saca al perro por la noche, ha tenido que salir por unos asuntos de trabajo y hoy no está en Madrid y mi hijo se queda a dormir en casa de un amigo y tampoco puede sacarlo y vera es que... -la buena mujer estaba un poco avergonzada y no sabía explicarme lo que pretendía-: verá, es que me da mucho miedo estar sola en la calle a estas horas. ¿No le importaría estar aquí conmigo hasta que termine de hacer sus cosas el perro? No suele tardar much, yo le pago lo que sea. ¿Me haría usted ese favor?...
Fue tan lastimoso el tono con que me lo dijo que no pude negarme; así es que estuvo de marido/amo interino, dando una vuelta por los alrededores de su casa hasta que el perro evacuó y pegó un par de brincos. Mientras tanto, fue relatándome la cantidad de miedos y prejuicios que tenía contra todo lo que no se ajustaba a su visión del mundo, bastante miope, por cierto.
Confieso que a veces, son los clientes los que dan miedo».
Os dejo también un
vídeo-reportaje sobre el libro y autor: