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Muertos vivos



No teman, amigos, que no les voy a hablar de zombies, aunque he de reconocer que tienen cierto atractivo. Vamos a hablar de necrológicas, que es un tema casi igual de apasionante. En concreto, sobre algunas que se han publicado erróneamente.

Durante años, supongo que igual que pasaba en España con la sección de necrológicas del diario ABC, nadie en Gran Bretaña era alguien si el día de su muerte no salía anunciada la misma en The Times. Lo malo de esto es que uno debe estar muerto, habitualmente, para protagonizar ese postrero minuto de gloria.

Y digo “habitualmente” porque son varios los que se han visto allí estando vivos. Por ejemplo, Robert Graves, Ernest Hemingway, Samuel Taylor Coleridge o Mark Twain, este último, en dos ocasiones.

En 1900 The Times publicó la muerte de su corresponsal en Pekin, durante el levantamiento de los bóxers. Decía el periódico aquel día que era un tipo extraordinario y que era un periodista dedicado y audaz. Cuando el corresponsal, allá en Pekin, leyó lo que publicaba su propio diario, supongo que se alegró triplemente. La primera alegría por estar vivo. La segunda, por ver su esquela en The Times, que ya hemos dicho que era una satisfacción en si mismo. Y la tercera alegría porque después de que el periódico publicara aquello de “periodista dedicado y audaz”, lo tenían complicado para negarle un aumento de sueldo si lo solicitaba.

Y rizando el rizo, después de ver cómo han publicado esquelas de personas vivas, les contaré que al menos en una ocasión publicaron una esquela de un hombre que nunca había vivido. Concretamente, la esquela de “El hombre que nunca existió”. Es decir, el hombre que inventó el servicio secreto británico para engañar a los nazis en la operación Mincemeat (carne picada). Por supuesto, aquello formaba parte del engaño.

Estoy por llamar al periódico, al ABC, que me cae más a mano, y publicar mi esquela para luego recortarla y enmarcarla. ¿Tétrico y macabro? Seguramente. Podría decir que he vivido dos veces, como James Bond o el mismo Lázaro.



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Cosa de banqueros.


Una tarde un famoso banquero iba en su limosina cuando vio a dos hombres a la orilla de la carretera comiendo césped.


Preocupado, ordenó a su chofer detenerse , bajó a investigar y acto seguido le preguntó a uno de ellos:
- ¿Por qué están comiéndose el césped?.

No tenemos dinero para comida. - dijo el pobre hombre - 
Por eso tenemos que comer césped.

- Bueno, entonces vengan a mi casa que yo los alimentaré, dijo el banquero.

- Gracias, pero tengo esposa y dos hijos conmigo. 
Están allí, debajo de aquél árbol.

- Que vengan también, dijo nuevamente el banquero.
Volviéndose al otro pobre hombre le dijo:

- Ud. también puede venir.

El hombre, con una voz lastimosa dijo:
- Pero, Sr., yo también tengo esposa y seis hijos conmigo!

- Pues que vengan también, respondió el banquero.

Entraron todos en el enorme y lujoso coche. 
Una vez en camino, uno de los hombres miró al banquero y le dijo:

- Sr., es usted muy bueno. Muchas gracias por llevarnos a todos!!!

El banquero le contestó:
-¡Hombre, no tenga vergüenza, soy muy feliz de hacerlo!.
Les va a encantar mi casa....


El césped está como de veinte centímetros de alto!.


Moraleja:
Cuando creas que un banquero te está ayudando, piénsalo dos veces.
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