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El Mono Federico

No sé si será muy cierta la afirmación. Por si acaso, voy a expresar esa idea a través de una curiosa historia que he leído recientemente en el libro 'La ecología emocional', historia que trascribo libremente.

Se cuenta que una señora argentina va a comprar dos pasajes de primera clase para un viaje de Buenos Aires a Madrid. En el transcurso de la conversación el empleado de la agencia se dio cuenta de que el acompañante de la señora era un mono. La compañía se opuso a que viajase en el avión un mono y no aceptó el argumento de la mujer de que si ella pagaba podía decidir con quién viajar, a dónde y cómo. Aun así la señora, que tenía mucha influencia, consiguió gracias a la recomendación de un directivo de la compañía, que se aceptase que el mono pudiera viajar en una caja especial cubierta con una lona, en la zona de azafatas del avión, en lugar de hacerlo en la bodega del avión con los equipajes facturados.

De mala gana la mujer aceptó, de modo que llegó al avión con una jaula cubierta por una lona que llevaba el nombre bordado de Federico. Ella misma se ocupó de que quedara bien instalada y se despidió del mono tocando la lona y diciendo:
– Pronto estaremos en tu tierra, Federico, tal y como le prometí a Joaquín.

A mitad del largo viaje una azafata tuvo la ocurrencia de dar un plátano y agua al mono y, al levantar la lona, se dio cuenta de que el animal estaba muerto, tendido en el suelo de la jaula. 
Rápidamente avisó a los compañeros quienes, consternados, sabiendo las elevadas influencias de la señora, llamaron a la base para explicar el suceso y pedir instrucciones. Se les dice que es preciso que la señora no se dé cuenta de nada, puesto que sus puestos de trabajo peligrarían.

– Tenemos una idea, –les dicen– haced una foto del mono y enviadla por fax al aeropuerto de Barajas y nosotros daremos instrucciones para reemplazar al simio por otro idéntico tan pronto como aterricéis.

El personal lo hizo al pie de la letra. Al llegar a Madrid tuvo lugar la sustitución. Compararon la foto del mono con el sustituto y después de algunos retoques dejaron al simio dentro de la jaula y se llevaron el cadáver de Federico. Al bajar del avión la señora reclamó impaciente la jaula al sobrecargo.
– Aquí tiene el mono, señora.
– Ay, Federico, finalmente estamos en tu tierra…, dice la mujer levantando la lona. Y añade, estupefacta:
– Pero…¡si éste no es Federico!
– ¿Cómo que no es Federico? ¿No ve, señora, que es su mono?.
– De ninguna manera, éste no es Federico.
– Señora, todos los monos son iguales. ¿Cómo sabe que no es Federico?
– Muy sencillo, porque Federico… estaba muerto.
La mujer llevaba al mono a enterrar a España porque se lo había prometido a su marido, Joaquín, antes de que éste muriera.